Tras explorar por fuera el Teatro Cervantes y mirar a través
del ojo de la cerradura, comenzamos nuestra excursión por los exteriores del
complejo situado en la parte del municipio de Sax que comprende la Iglesia, el
palacio de los condes, la fábrica de Alcoholes, los edificios de
administración, de correos y telégrafos, la hospedería….
La nena nos preguntó “¿Y quién construyó todo esto éstoooo?”. Menos mal que
habíamos investigado un poco en varias webs sobre la Colonia y así pudimos satisfacer su curiosidad.
Todo este sueño fue debido al Conde de Alcudia, Don Antonio
Padúa y a su esposa, la vizcondesa de Alzira Doña María Avial Peñas; el conde
se asoció con Mariano Roncali para dar luz a esta Colonia agrícola a finales
del siglo XIX.
El arruinado complejo, el bonito pueblecito de casas
unifamiliares nos trasladaron a otras épocas, a otras vidas más esforzadas que
las hoy en día conocemos, a otra sociedad de progreso industrial, de sociedades
secretas, de gobiernos convulsos, de protestas obreras, sindicatos, de progreso
y de lucha.
La familia vestida a la moda de la época modernista. Fotografía de nuestra amiga Pilar Albelda Vals.
Nos llamaron la atención los letreros de los edificios
señalando su uso. La nena fue leyéndolos en voz alta, uno por uno., “Almazara”,
“Almacén mecánico” (éste con mucha dificultad, tanto que no estamos seguros que fuera exactamente eso lo que el rótulo señalaba en su época).
Yo estaba empeñada
en que ponía “Labares mecánicos “y de ahí no me sacaba ni el mismísimo Cthulhu,
punto y final, fush fush.
Los edificios continuaban a lo largo de la carretera: “El Casinete”, la tienda... Todos
los anteriores, los de las fábricas de harina y alcohol, e incluso es de suponer que el de la puerta
principal del teatro, estaban realizados en letras de cerámica roja indicando a
qué se dedicaba cada edificio. Algunos aún conservan ese color rojo tan
llamativo y tan característico.
La mayoría de
las fotografías las realizaron Mamá y la nena (que hago fotos a todooooooooooo), ya que Papá no es demasiado ducho en estas lides, y
siempre desenfoca las imágines o les incluye uno de sus dedos en medio del
objetivo. Si es que es un negado para todo lo tecnológico. Tienes razón.
El tiempo nos acompañó excelentemente, ya que aunque hacía
calor, éste no era agobiante. Además, la sombra de los edificios y de los árboles
de los jardines que hay en torno a la plaza de la Iglesia, hacía más que
llevadera la alta temperatura veraniega.
Empezamos por acercarnos hasta la ventana que daba al lateral del palacio. Allí pudimos ensimismarnos con los detalles de las molduras exteriores de la fachada, verdaderas obras de buen gusto y cuidada elaboración, como solía ser habitual de la época modernista. La memoria nos trasladó a un evento al que acudimos en Villena, vestidos a la moda de finales del siglo XIX, y agradecimos no llevar aquellos trajes en esta calurosa mañana de verano. Jajajajajaja, es verdad.
Es fantástico verlo en ruinas,pero es mejor imaginar como era en una vida pasada, hace siglos.
Volvimos sobre nuestros pasos, pasando otra vez junto al
Teatro Cervantes. Frente a él, al lado de un arruinado almacén, se levantaba
una nave enorme. A través de los agujeros que había en la puerta nos pareció
observar una especie de silo, con dos filas paralelas de enormes cubas de cinco
metros de alto o más, y por lo menos tres de ancho. No pudimos ver mucho más,
por la oscuridad del interior, así que continuamos nuestro camino.
Girando a la derecha y continuado la carretera en sentido a
Villena, fotografiamos a la nena en una enorme pileta adosada a la pared.
Seguimos caminando hasta llegar a la esquina de la fábrica de alcoholes, donde
se está la plaza de la Iglesia.
La iglesia la mandó construir Don Antonio Padúa sobre los
restos de una anterior ermita en ruinas que en su día se levantó para
conmemorar una victoria de Berenguer de
Entenza, auxiliado por Santa Eulalia sobre las tropas musulmanas. Por eso el
lugar se llamó durante mucho tiempo “Los Prados de Santa Eulalia”.
A través de los jardines de la plaza, nos dirigi
mos al otro gran lateral del complejo. La puerta principal de la fábrica de alcoholes se levanta, aún hoy, con orgullo presidiendo toda la plaza. Nos sorprendió descubrir un inesperado reloj de sol. Estuvimos un rato intentando averiguar cómo interpretar la sombra para saber la hora. Al final, la nena decidió que “sobre las doce y media, Papá” mientras miraba su reloj azul de pulsera. Solventado el enigma, continuamos nuestra pequeña exploración.
A su lado, en dirección al palacio, pudimos ver la fachada,
lo único que queda, de un “Despacho”,
Dije “Despacho,
pone despacho” Mamá y Papá me miraron y Mamá dijo: “¿Dónde pone despacho? La mirada de Papá decía lo mismo.
Le respondí: “Ahí”
y señale donde ponía “Despacho”
y ya, mejor
conservado, la de Administración, donde una cabeza de león adorna una de los
dos buzones de la fachada. A la nena le encantó la cabeza de León. Ella y Mama
jugaron a meter la mano dentro como en
aquella película clásica en blanco y negro.
Rematando esta fachada, una enorme concha con motivos
escultóricos vigila desde lo alto del edificio, recordando los objetivos
agrícolas e industriales de la Colonia.
Y por fin, en la esquina izquierda, llegamos al otro lateral
del palacio de los condes. Desde una valla que nos impedía el paso,
fotografiamos el porche de la entrada principal de la casa.
Otra vez volvimos sobre nuestros pasos y disfrutamos observando las fachadas del casinete, de la tienda, de las almazaras y de los almacenes, y muy por el exterior, ya que no quisimos molestar con nuestra curiosidad a los vecinos que aún viven en las preciosas casitas de la misma, la plaza de la fábrica de hari
Continuará…
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