La Colonia de Santa Eulalia (Entre Villena y Sax, provincia
Alicante).
Parte I. Llegada y Teatro Cervantes.
24 de julio de 2020.
Cuenta la leyenda que entre tierras de Sax y Villena se
levantó una colonia agrícola como las que proliferaron en Cataluña en el siglo XIX a la
manera de lo que se vino en llamar el socialismo utópico. Se sabe que fueron un
conde y su esposa, una vizcondesa, los que en base a una ley del siglo XIX
levantaron todo el complejo. La misma leyenda habla de despilfarro, de lujos
modernistas, de peleas familiares e incluso de dramáticas muertes.
La antigua leyenda, que se confunde con la historia, dice
que mucho antes, bajo esa misma tierra se ubicaba un cementerio andalusí.
Pasados los años, quizás los siglos, se conoció como los Prados de Santa
Eulalia y se levantó una Ermita en honor a la santa, por su milagroso auxilio a
las tropas cristianas.
El complejo industrial es impresionante aún hoy. Sólo quedan
algunos edificios en plena ruina pero que rememoran lo que esta Colonia debió
ser. El trasiego de sus gentes, la ilusión por prosperar, los chiquillos, las
fiestas populares en las dos plazas en torno a las cuales se urbanizó este complejo
y todo el proyecto industrial y humano que supuso hoy languidece tristemente
entre paredes derruidas y sueños abandonados.
También quedan multitud de casitas, de las que antaño se
erigieron para albergar a las familias de los trabajadores y que hoy están
habitadas por los vecinos de esta pedanía dividida por la calle Salinas entre
los términos municipales de Sax y Villena. Es la primera vez que visitamos un paraje de
estas características en cuyo alrededor la vida continúa con normalidad. La pedanía
de Santa Eulalia es hoy núcleo de población habitado.
La colonia industrial, dedicada a la explotación de
productos agrícolas tuvo almazaras, almacenes, un teatro, un palacio, un
economato (la tienda de la Colonia), un casino llamado “El casinete”, una
hospedería y una fábrica de harinas que se llamó “El Carmen”. Se levanto también
una fábrica de alcoholes, La Unión, que hasta 1936 fabricó el coñac “Santa
Eulalia” cuya torre aún destaca entre todo el complejo en ruinas. Una línea
férrea comunicaba la Colonia con Madrid y Alicante cuya estación desapareció
completamente bajo la dictadura de la demolición.
Y con el tiempo, debido al abandono de los campos y de las
fábricas, todo se abandonó. Cayó en el olvido y en ruinas. El expolio, la falta
de manteniendo, la negligencia, las inclemencias climáticas se llevaron por
delante el sueño y la utopía.
Pero hoy, entre Sax y Villena quedan las ruinas, los
esqueletos del complejo para dejar constancia de lo que una fue vez pretendió
ser.
Y esta es nuestra nueva aventura. Por fin, conocimos una
leyenda que llevábamos largo tiempo
deseando disfrutar. Hace mucho tiempo que
oímos hablar de ella y siempre hemos deseado desplazarnos hasta su ubicación.
Y lo hemos hecho.
Como aún teníamos preparado el equipo de aventura s desde
nuestra visita a El Tranco del Lobo, y dado que esta vez íbamos a Villena, que
está muy cerquita de casa, la salida no fue tan traumática como otras
ocasiones. En una hora y muy poquito desde que despertaron Papá y Mamá ya
estábamos en el coche con todo lo que pudiéramos necesitar y en marcha. Ni
siquiera preparamos bocatas en esta ocasión, dado lo cerca que estaba Villena
de nuestro destino. Eso sí, echamos unas bolsas de aperitivos y frutos secos,
por si se nos despertaba el apetito en algún momento. Y por supuesto, nuestras inseparables
botellitas de agua.
La nena ya ni pregunta cuando la despertamos más temprano de
lo normal. “Venga cariño, que nos vamos de aventura”. “¿Dónde vamos hoyyy?,
pregunta con voz de sueño y ojos cerrados aún”.
“Pues nos vamos a
Villena, a la Colonia de Santa Eulalia, a fotografiarla”. La nena se levanta
como si un resorte se hubiera activado en su cuerpecito. No va corriendo, qué
va, pero no pone en marcha con decisión.
En poco más de una hora, hemos llegado ya a Villena. Pasada
la ciudad que una vez fue el centro del Marquesado sobre el que se jugó la
historia de España llegamos al desvío marcado por una impresionante villa
valenciana de tres pisos junto a la autovía. A través de los años hemos visto
como ha pasado de ser una ruina a punto de derrumbarse a ver cómo ha sido
rehabilitada, luciendo un aspecto actual tan magnífico como el que hace mucho
tiempo debió deslumbrar a todo el que la contemplara a finales del siglo XIX.
Nos desviamos de la autovía y, casi inmediatamente, entramos
en una carretera de dos sentidos pero sin carriles delimitados.
La nena estaba mirando el móvil y al mismo tiempo contaba chistes. Se le notaba que estaba contenta por vivir otra aventura de investigación.
Entre vegetación y
fincas llegamos casi en seguida, apenas diez minutos a nuestro destino. La
señalización “Santa Eulalia” y la grandiosidad de la torre de estilo
neomudéjar, la bonita ermita entre jardines al lado izquierdo y el cartel del
restaurante “Santa Eulalia” hoy aparentemente cerrado a esa actividad nos
indicaban que, sin perdernos (qué me cuentas, qué marcha llevamos) ya habíamos
llegado.
Aparcamos. Las avispas acudieron en seguida a jugar con nuestro
parabrisas. Hacía calor, pero no era en absoluto agobiante. Al contrario, la
temperatura era muy agradable y adecuada para una aventura fotográfica como las
que últimamente estamos viviendo.
Delante de nosotros se levantaba lo que queda del Teatro Cervantes.
“Qué chuuulo” dice la nena. “Espera que le hago una foto”.
Puerta oeste de acceso
La belleza de lo decadente nos impregna una vez más.
Comienza la aventura.
Papá mete en la mochila las botellas de agua que llevábamos en
la nevera isotérmica, aún fresquitas. Mientras, la nena y Mamá se acercan al
Teatro.
Un par de puertas cerradas nos impedían acceder a su
interior. Miramos por un hueco de la puerta con la pequeña marquesina sobre la
que unas negras letras mayúsculas indicaban el nombre de esta construcción
ruinosa y abandonada.
Como Howard Carter miró hacia el interior de la tumba más
famosa del Valle de los Reyes, vimos maravillas. Quién nos iba a decir que lo
poco que quedaba de lo que un día fue nos haría emocionarnos hasta el punto de
transportarnos a otras épocas. Si cerrábamos los ojos casi podíamos oír a los
actores recitando obras de Quevedo, de Shakespeare, de Ruperto Chapí, de Jacinto Benavente, de
Valle-Inclán o de Víctor Hugo. Quizás los aplausos de los espectadores. Quizás
los vítores.
Del teatro queda hoy el cuerpo principal, el de la platea
y los accesos, decorado de frescos con
la imagen de Cervantes presidiendo la gran nave y de otros grandes literatos
como Ruperto Chapí y Jacinto Benavente. Algunos frescos, muy deteriorados en
las partes más altas reproducían paisajes de la misma Colonia. Y las divisiones
del primer y segundo piso donde se sentarían los más afortunados. Se adivina un
patio de butacas y poco más.
"Veo maravillas".
El teatro sobre una planta cuadrada, al estilo italiano.
Tiene dos puertas de acceso.
La principal orientada al este aún conserva los
restos de la inscripción TEATRO que debieron estar encastradas en la misma
pared. Sobre ella se abre la única ventana que hay en todo el teatro.
Puerta principal de acceso.
Fijaros en los moldes de las letras en el pared.
La secundaria, en el mismo muro donde está la taquilla. Sobre ella
hay una marquesina y las palabras pintadas en negro TEATRO CERVANTES.
Junto a la puerta principal y media altura, en la parte
izquierda se abre una ventana en forma de abanico, con una reja de radios, que
supusimos sería la taquilla del teatro. Siguiendo el trazado de la calle sin
asfaltar, a la izquierda, otra puerta cerraba nuestro paso al teatro.
Taquilla del Teatro.
Todo la parte posterior, está totalmente derruido. Nada queda del escenario ni de la zona de tramoyas o de los camerinos De hecho, una pared de bloques de hormigón se levanta en el arco de la escena para impedir el paso a su interior. Junto a él, una escalerilla de peldaños de hierro encastrados en la pared que daría acceso a la parte superior permitió a Papá acercarse lo suficiente al hueco que quedaba para hacer unas fotos a ciegas del interior del teatro.
Hacia la trasera del edificio del teatro.
Desde aquí pudo hacer Papá las fotos del interior.
Desde esta perspectiva se ve la puerta principal y la ventana sobre ella.
Sobre la ventana se puede ver la imagen de Cervantes.
Detalle donde se aprecia la imagen de Cervantes y la cubierta del Teatro.
Una anciana vecina pasó junto a nosotros. Papá la saludó y
la mujer nos respondió con cierta amabilidad. Lucía no pudo aguantarse y soltó
lo más inoportuno que se le pudo pasar por la cabeza. “¿Cuándo nos colamos?”
resonó con su voz aguda de niña como si por un megáfono lo hubiera gritado.
Papá y Mamá, rápidamente, le contestaron “¿Qué dices?, no vamos a colarnos".
“Ya”, pensaría la vecina mientras se dirigía a su casa, en la calle que giraba
detrás del teatro. "Sólo venimos a hacer fotos por el exterior", le explicaron los papás a la nena.
Seguimos por la calle para llegar, casi sin darnos cuenta,
al lateral del complejo principal de la Colonia. Había llegado al punto donde
el edificio de Administración se unía con el palacio de la condesa. Nos encontrábamos en uno de sus laterales, y
ya nos habíamos quedado sin respiración por la belleza del lugar. Los motivos
tallados de las ventanas, de los frisos, de las puertas eran maravillosos.
Alternaban referencias a la agricultura, con unos tallos de cereal y una hoz,
con motivos referentes a la industria. Nuestra imaginación se comenzó disparar.
(Continuará...)